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lunes, 28 de noviembre de 2011

La pasada semana estábamos navegando por algún que otro blog que nos van surgiendo o que descubrimos...esas páginas con las que te topas un buen día y decides quedarte.  Este fue el caso del blog de @mamidedavid , una madre que hace unos añitos dio a luz a su primer hijo y desde entonces narra en él todas sus vivencias, reflexiones, anécdotas o sentimientos que vive cada día con su pequeño.  Podéis comprobarlo en esta dirección.
Me llamó la atención la forma de escribir, de expresarse, son esas personas que lees y admiras cómo lo hacen.  Sin pensárnoslo, le propusimos que escribiera lo que quisiese para nosotros y nos ha regalado una gran reflexión y enseñanza relacionada (para más inri) con la salud de los pequeños.  Sin más, os dejamos con ello, ¡disfrutadlo!.


Creo que no me equivoco al afirmar que algo común en todos los papás y mamás es la tristeza y preocupación que sentimos cuando nuestros hijos se ponen malitos. Ver apagados esos ojitos tan vivos habitualmente es algo que nos conmueve profundamente y que nos preocupa sobremanera.
 
Esta preocupación nos lleva en muchos casos (y como es lógico en cierto modo) a tratar de acabar con aquello que produce malestar a nuestro pequeñín. Mocos, tos, fiebre, infección de garganta, otitis… sea lo que sea, acudimos inmediatamente al médico pretendiendo que le ponga fin y cuanto antes, mejor.
 
Papá y yo hemos tenido la inmensa suerte de tener un hijo muy sano y que rara vez se pon enfermo, lo que nos ha evitado muchas preocupaciones y sufrimientos pero, como todos, también hemos “estado ahí”, también hemos vivido la experiencia de salir de casa casi en pijama, a las dos de la mañana, porque David tenía una fiebre muy alta. Y es que mi punto débil es la fiebre… me genera mucha inseguridad y miedo a no ser
capaz de controlarla.
 
Cada vez que acudíamos al médico por este motivo, la respuesta era la misma: ponerle ligero de ropa, paños fresquitos, baños con agua templadita y apiretal si la fiebre sube por encima de 38,5.  Siempre nos comentaban que debíamos acudir si, tras hacer todo esto, no éramos capaces de bajarla o de controlarla.
 
Tras observar a David una y otra vez en estos momentos, me dí cuenta de algo que para mi fue muy importante: siempre, sin excepción, cuando la fiebre remitía tras haber tenido un pico alto, David empezaba a mejorar casi milagrosamente, de manera prácticamente instantánea. En cambio, cuando yo me esforzaba por cortar la fiebre de raíz y no le dejaba actuar, la recuperación era mucho más larga y en ocasiones más complicada.
 
Así que a raíz de mi experiencia y con mis escasos conocimientos médicos, deduje que, en mi esfuerzo por facilitarle las cosas a David haciendo desaparecer la fiebre, lo único que conseguía era empeorar las cosas. Y empecé a pensar en la fiebre no como en una enemiga, sino como en una aliada… ella era quien defendía a mi hijo del mal que le atacaba en ese momento y, no dejándole hacer su trabajo, negaba a mi hijo esta defensa natural que su propio cuerpo le ofrece.
 
Desde que llegué a este planteamiento, nuestros episodios febriles han sido infinitamente mejores… cuando la fiebre sube durante la noche, aligero de ropa a David, con lo que le baja un poquito y, si siento que le vuelve a subir, antes de darle nada, pruebo a desnudarle y desnudarme junto a el, y dormir pegaditos y abrazados. Además de lo agradable que es tiene unos resultados buenísimos… quizás no haga remitir la fiebre del todo, pero su temperatura se regula con la mía y le baja mucho. Y claro está que, si la cosa se descontrola, no dudaré en darle apiretal  e ir al médico, peor de momento, desde que yo le he perdido el miedo a la fiebre,  no nos ha hecho falta recurrir a estas opciones
 
Asi que, desde mi humilde experiencia, os animo a que dejéis de sentir la fiebre de vuestros hijos como una enemiga, porque mientras nos empeñamos en acabar con ella, mientras le impedimos actuar, dejamos que la enfermedad que ataca a nuestro hijo no encuentre resistencia. Y lo que es más importante…os animo a que confiéis en vuestro criterio, en vuestra capacidad y en la de vuestros pequeños. Las ayudas externas son bienvenidas, pero no siempre necesarias... muchas veces buscamos fuera lo que podríamos encontrar dentro si nos decidiéramos a confiar y a buscar.

Muchas gracias por prestarnos tu tiempo y hacer posible este post, desde ya, seguimos tu blog y te acompañamos con David, si necesitas algo, ¡no dudes en contar con nosotros! 

2 comentarios:

Miriam dijo...

Genial!! Me ha encantado!
Me parece una reflexión digna de admirar! Ojalá se consiguiera que todos los padres aprendieran a afrontar las situaciones de "enfermedad banal" en los niños y saber controlarlas. Por supuesto, que si la cosa es grave hay que ir al médico y solicitar ayuda. Pero si se sabe diferenciar cuando un proceso es catarral sin complicaciones (no hay mal estado general, mal color, alteraciones en la respiración, etc..) que mejorará con medidas sintomáticas, las cosas se hacen más fáciles, para el niño, para la familia y para todos; disminuye la angustia de los padres.

De verdad, este post es una enseñanza para muchos ^^
Un abrazo!

Misón dijo...

Opino como tú. La fiebre es una aliada, defiende nuestro cuerpo de la enfermedad, hay que dejarla actuar antes de atiborrarnos con medicamentos. Sobre todo a los niños que tienen una capacidad increíble para la curación.

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Licenciado en medicina con blog donde cuenta historias interesantes ocurridas con los pacientes, curiosidades médicas...te unes? No números, nombres!

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